¿Por qué hemos de escuchar al corazón? -Preguntó el muchacho. -Porque donde él esté estará tu tesoro.
Paulo Coelho - El Alquimista.
En nuestra actual cultura, en general se considera que a lo que hay que escuchar es a lo que nos dice la propaganda, los medios de comunicación, los políticos y la sociedad establecida. En última instancia, también nos dicen que hay que escuchar a nuestro razonamiento, con todos los procesos mentales que conlleva: estrategias, proyecciones, egoísmos, etc. Sin embargo, no suele decirse que escuchemos a nuestro corazón, lugar desde el que se expresa nuestra alma y que, os aseguro, no se equivoca.
Pero ¿cómo se escucha al corazón? Es sencillo, dejando un hueco de silencio entre los pensamientos para que pueda manifestarse en forma de luminosa intuición. Y, me diréis, ¿qué beneficios trae escuchar al corazón? Pues trae la forma de hacernos más humanos, más tolerantes, más cercanos y es una buena forma de vernos reflejados en los demás. Es una forma directa de relacionarnos con el mundo que nos rodea sin miedo, trabas, pensamientos apriorísticos y etiquetadores de los demás ya que, en el fondo, soy yo mismo en sus propias circunstancias, vidas y peculiaridades.
Cada uno de nosotros tiene el cuerpo emocional lleno de heridas. Cuando nacimos estaba totalmente sano y, a lo largo del tiempo, se han ido produciendo heridas debido a las introyecciones recibidas de nuestra familia, cultura, educación, sociedad, religión... Así comenzamos a forjar una coraza emocional ante el miedo de que los demás produzcan en nosotros nuevas heridas. De esta manera, negamos la propia realidad de quiénes somos, tenemos miedo de vernos y, lo que es más, un mayor pánico nos causa que los demás puedan siquiera intuir como somos. Por eso además de una coraza, solemos usar una máscara de cara al exterior. Al final somos incapaces de mirarnos en un espejo durante mucho tiempo, perdemos la conexión con nosotros mismos y, por ende, con los demás.
El ser humano suele sufrir por algunas cosas que no tienen importancia. Tiene en sí mismo el llamado “Veneno emocional”: tristeza, auto-devaluación, envidia, egoísmo, ira, venganza… y, todo ello, nos hace sufrir.
Cuando eres capaz de escuchar al corazón no tienes miedo de amar, de compartir; no tienes miedo de abrir tu corazón a los demás y, en él, acogerlos con un abrazo… porque el otro… también eres tú.
Pero ¿cómo se escucha al corazón? Es sencillo, dejando un hueco de silencio entre los pensamientos para que pueda manifestarse en forma de luminosa intuición. Y, me diréis, ¿qué beneficios trae escuchar al corazón? Pues trae la forma de hacernos más humanos, más tolerantes, más cercanos y es una buena forma de vernos reflejados en los demás. Es una forma directa de relacionarnos con el mundo que nos rodea sin miedo, trabas, pensamientos apriorísticos y etiquetadores de los demás ya que, en el fondo, soy yo mismo en sus propias circunstancias, vidas y peculiaridades.
Cada uno de nosotros tiene el cuerpo emocional lleno de heridas. Cuando nacimos estaba totalmente sano y, a lo largo del tiempo, se han ido produciendo heridas debido a las introyecciones recibidas de nuestra familia, cultura, educación, sociedad, religión... Así comenzamos a forjar una coraza emocional ante el miedo de que los demás produzcan en nosotros nuevas heridas. De esta manera, negamos la propia realidad de quiénes somos, tenemos miedo de vernos y, lo que es más, un mayor pánico nos causa que los demás puedan siquiera intuir como somos. Por eso además de una coraza, solemos usar una máscara de cara al exterior. Al final somos incapaces de mirarnos en un espejo durante mucho tiempo, perdemos la conexión con nosotros mismos y, por ende, con los demás.
El ser humano suele sufrir por algunas cosas que no tienen importancia. Tiene en sí mismo el llamado “Veneno emocional”: tristeza, auto-devaluación, envidia, egoísmo, ira, venganza… y, todo ello, nos hace sufrir.
Cuando eres capaz de escuchar al corazón no tienes miedo de amar, de compartir; no tienes miedo de abrir tu corazón a los demás y, en él, acogerlos con un abrazo… porque el otro… también eres tú.
J. L. Palma
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