jueves, 19 de mayo de 2011

Cuando tú y yo estamos cerca

Cuando tú y yo estamos cerca  


 A veces la distancia que hay entre dos personas es tan ínfima que puedes ver su alma a través de los ojos, entonces se es capaz de percibir la conexión que, más allá de la piel, hay entre uno mismo y el otro.

Cuando llamo a la puerta de un desconocido, y mi sonrisa da la bienvenida a sus ojos cansados de lo que han visto… cuando su cara de desconcierto espera, con apatía, que le explique cuál es el motivo de mi visita, es entonces cuando mi voz transmite por qué estoy ahí. Con desconfianza, con enfado o impotencia, me transmite la realidad que vive: -“somos un cero a la izquierda”, “los políticos sólo se acuerdan de nosotros cada cuatro años”, “¡qué pena de mi Arcos… lo bonito que es, y fíjate en el mirador, que se cae a pedazos!”, “necesito la licencia para vender y poder comer, y todo son pegas”. O ésta, tan generalizada: -“Tengo a mi cargo cuatro, dos casados y con hijos… y sólo dispongo de quinientos euros...”

Entonces respiro profundamente y soy capaz de sentir sus palabras, cómo me llegan al corazón, y en ese momento me pregunto: ¿cómo se puede ignorar a un pueblo desoyendo sus quejíos?, ¿cómo olvidarse de su llamada de socorro ante las inclemencias de esta sociedad devastada por el olvido del prójimo? Aquí todo no vale, y eso es lo que con un apretón de manos, un abrazo o dos besos les he transmitido.

Y me preguntan: “-¿por qué los políticos no nos cuidan? ¿por qué en vez de servir al pueblo, esperan que el pueblo le sirva a ellos? ¿en qué momento su ego les hace pensar que son superiores a los demás?, ¿por qué me ignoran y no me escuchan…?”

Tengo en mi memoria fotografías de escenas, llenas de cariño, que no podré olvidar: No puedo olvidar a Ángeles, en el casco antiguo, y su abrazo sincero. A José Manuel, Toñi, Diana, Jim, Pepi… me acuerdo de todos vosotros… de vuestra sonrisa y de vuestra amabilidad que mermaba el cansancio de mis pies subiendo por esas preciosas calles empinadas, buscando el refugio de una mirada, como las que he tenido la oportunidad de ver, en las cuales he visto el reflejo de una sociedad castigada sin decencia y despojada de sus sueños a golpe de mentira y de desaliento.

No, no me olvido de vosotros, porque eso sería olvidarme de mí misma. Y recuerdo que al final, todos nosotros, seres humanos, somos pequeños espejos en los que me veo reflejada, y tus problemas, son mis problemas, y tu dolor es mi dolor, y tu sonrisa, es la mía… pues todos somos hojas de un mismo árbol.

Cuando cada uno te expresa sus penas, y también comparte su alegría, es entonces cuando la sonrisa llega… se sienten escuchados, se les da su lugar, se les respeta y vuelven a creer en su valor como ciudadanos y como personas.
 
Desde aquí, no puedo menos que dar las gracias a todos por volver a creer en las personas, creer en que podemos cambiar todo aquello que nos desvaloriza y aliena, y podemos hacerlo entre todos. De esa forma, tendremos el orgullo de llamarnos Humanos.

Como decía arriba: No, no me olvido de vosotros… porque eso sería olvidarme de mí misma.

Karmel I. Narváez 

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