Hoy, 28 de Febrero, se celebra el día de Andalucía, como recuerdo de aquel día del año 1980, en que se aceptó el acceso de nuestra comunidad a la autonomía plena, tal y como se especifica en el artículo 151 de la Constitución Española.
Más de un cuarto de siglo ha pasado desde entonces y, aunque hemos visto mejoras en el desarrollo de nuestra comunidad, todavía nos queda mucho camino por andar. Sin embargo, me atrevería a pronosticar que nuestra tierra tendrá un papel especial en el futuro.
En el siglo XXI, hablar de Andalucía es hablar de una tierra poco cuidada, sola, y con hijos a los que alimentar, y como no sólo de pan vive el hombre, Andalucía tiene el privilegio de tener y compartir con nosotros un sol envidiable que calienta los corazones de los que la amamos, y nos duele verla desamparada, sin fuerzas, y también comparte un mensaje de liberación que nos compromete a los que vivimos en ella.
Para mí Andalucía es una bella dama de apariencia joven, pero de ojos y mirada muy vieja. La componen ocho provincias muy distintas, pero que tienen la virtud de confeccionar entre ellas una gran red de amor que, aunque invisible, aquel que es capaz de viajar con el corazón a través de dichas partes, reconoce en todas la simbiosis de agua, tierra, aire y sol que hacen que toda nuestra tierra andaluza brille con una luz especial.
Aún recuerdo, cuando niña, que se celebraba en el colegio este día en el que nos hacían aprender el Himno de Andalucía. Como buenos escolares, reproducíamos el himno sin entender absolutamente nada de lo que estábamos diciendo. Con los años, fui entreviendo sus símbolos y, hoy por hoy, entiendo el significado, tanto del himno como del sentimiento de las personas que dejaron esa impronta en él.
El color blanco nos habla de su pureza, y el verde nos habla de esperanza. Su bandera nos recuerda el verdadero origen de nuestra estirpe andaluza. Nos recuerda de qué noble metal estamos hechos. Nos trae a la memoria todos nuestros ancestros que lucharon por mantener esta hermosa y privilegiada tierra llena de corazón, de fraternidad, de unidad y de evolución.
Esta, nuestra tierra, ha enamorado a grandes culturas y civilizaciones: Fenicios, Griegos, Romanos, Íberos, Celtas, Árabes, Judíos, Visigodos... y hasta Vikingos se asentaron en ella maravillados de su variedad y riqueza. Gracias a esa simbiosis de miles y miles de años, Andalucía ha forjado a grandes pensadores, artistas y místicos que hicieron de esta una tierra bella, saludable, fraternal y en constante evolución, donde no sólo hemos vivido de la agricultura, sino que diferentes formas de desarrollo económico, cultural y social se gestaron. Paganos, Isíacos, Mitraístas, Sufíes, Derviches, Kabbalistas, Iluminados, Arrianos, Gnósticos... Podemos sentirnos orgullosos de ser descendientes de gentes que saben vivir la vida con otra visión, que no es otra que la libertad y el conocimiento.
Pero se nos ha olvidado... Como Andaluces hemos olvidado el verdadero sentido de nuestros ancestros, y del maravilloso crisol de culturas que constituyen nuestra herencia genética. Hemos visto resentida esa visión, pero puede ser recuperada volviendo nuestros ojos y nuestro corazón a los verdaderos valores, que como seres humanos merecemos tener. Y ahí, vuelve a tener sentido, tras todo lo que hemos hablado, esos párrafos que canta el Himno de Andalucía: "Los Andaluces queremos, volver a ser lo que fuimos. Hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos."
Esos valores se recuperan a través de una Educación consciente en una sociedad andaluza del siglo XXI con la fuerza, esperanza y capacidad humana de los que amamos a nuestra tierra, para conseguir una Andalucía moderna, pero conservadora de las características que siempre nos han hecho amar lo que somos y hacemos para compartirlo con los demás.
Nuestro buen carácter, nuestra disponibilidad hacia el otro... todo eso nos hace ser precursores de grandes ideas, nos hace tener esa sensibilidad para el arte y el pensamiento, y por ello invito a los Andaluces a ser asertivos, a creer en sí mismos, en sus ideas e iniciativas, a querer saber más de nuestro papel en el mundo y nuestro poder como individuos, y a creer en que podemos cambiar las cosas que no nos gustan a través del conocimiento de nuestro entorno, y no dejarnos manipular, en definitiva, este día debería recordarnos quiénes somos y a dónde nos dirigimos, no sólo como seres humanos, sino también como ciudadanos de esta gran tierra Andaluza.
Más de un cuarto de siglo ha pasado desde entonces y, aunque hemos visto mejoras en el desarrollo de nuestra comunidad, todavía nos queda mucho camino por andar. Sin embargo, me atrevería a pronosticar que nuestra tierra tendrá un papel especial en el futuro.
En el siglo XXI, hablar de Andalucía es hablar de una tierra poco cuidada, sola, y con hijos a los que alimentar, y como no sólo de pan vive el hombre, Andalucía tiene el privilegio de tener y compartir con nosotros un sol envidiable que calienta los corazones de los que la amamos, y nos duele verla desamparada, sin fuerzas, y también comparte un mensaje de liberación que nos compromete a los que vivimos en ella.
Para mí Andalucía es una bella dama de apariencia joven, pero de ojos y mirada muy vieja. La componen ocho provincias muy distintas, pero que tienen la virtud de confeccionar entre ellas una gran red de amor que, aunque invisible, aquel que es capaz de viajar con el corazón a través de dichas partes, reconoce en todas la simbiosis de agua, tierra, aire y sol que hacen que toda nuestra tierra andaluza brille con una luz especial.
Aún recuerdo, cuando niña, que se celebraba en el colegio este día en el que nos hacían aprender el Himno de Andalucía. Como buenos escolares, reproducíamos el himno sin entender absolutamente nada de lo que estábamos diciendo. Con los años, fui entreviendo sus símbolos y, hoy por hoy, entiendo el significado, tanto del himno como del sentimiento de las personas que dejaron esa impronta en él.
El color blanco nos habla de su pureza, y el verde nos habla de esperanza. Su bandera nos recuerda el verdadero origen de nuestra estirpe andaluza. Nos recuerda de qué noble metal estamos hechos. Nos trae a la memoria todos nuestros ancestros que lucharon por mantener esta hermosa y privilegiada tierra llena de corazón, de fraternidad, de unidad y de evolución.
Esta, nuestra tierra, ha enamorado a grandes culturas y civilizaciones: Fenicios, Griegos, Romanos, Íberos, Celtas, Árabes, Judíos, Visigodos... y hasta Vikingos se asentaron en ella maravillados de su variedad y riqueza. Gracias a esa simbiosis de miles y miles de años, Andalucía ha forjado a grandes pensadores, artistas y místicos que hicieron de esta una tierra bella, saludable, fraternal y en constante evolución, donde no sólo hemos vivido de la agricultura, sino que diferentes formas de desarrollo económico, cultural y social se gestaron. Paganos, Isíacos, Mitraístas, Sufíes, Derviches, Kabbalistas, Iluminados, Arrianos, Gnósticos... Podemos sentirnos orgullosos de ser descendientes de gentes que saben vivir la vida con otra visión, que no es otra que la libertad y el conocimiento.
Pero se nos ha olvidado... Como Andaluces hemos olvidado el verdadero sentido de nuestros ancestros, y del maravilloso crisol de culturas que constituyen nuestra herencia genética. Hemos visto resentida esa visión, pero puede ser recuperada volviendo nuestros ojos y nuestro corazón a los verdaderos valores, que como seres humanos merecemos tener. Y ahí, vuelve a tener sentido, tras todo lo que hemos hablado, esos párrafos que canta el Himno de Andalucía: "Los Andaluces queremos, volver a ser lo que fuimos. Hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos."
Esos valores se recuperan a través de una Educación consciente en una sociedad andaluza del siglo XXI con la fuerza, esperanza y capacidad humana de los que amamos a nuestra tierra, para conseguir una Andalucía moderna, pero conservadora de las características que siempre nos han hecho amar lo que somos y hacemos para compartirlo con los demás.
Nuestro buen carácter, nuestra disponibilidad hacia el otro... todo eso nos hace ser precursores de grandes ideas, nos hace tener esa sensibilidad para el arte y el pensamiento, y por ello invito a los Andaluces a ser asertivos, a creer en sí mismos, en sus ideas e iniciativas, a querer saber más de nuestro papel en el mundo y nuestro poder como individuos, y a creer en que podemos cambiar las cosas que no nos gustan a través del conocimiento de nuestro entorno, y no dejarnos manipular, en definitiva, este día debería recordarnos quiénes somos y a dónde nos dirigimos, no sólo como seres humanos, sino también como ciudadanos de esta gran tierra Andaluza.
Karmel
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